Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan
Antoine de Saint-Exupery
Lo ideal es que los niños crezcan sin complejos y sin miedos. Que se vayan desarrollando sin dificultad adquiriendo todos las destrezas y conductas necesarias para la vida, al mismo tiempo que se va construyendo su personalidad.
Eso es lo que todos queremos y deseamos. Pero algunas veces no todo va sobre ruedas. A veces aparecen dificultades o bien de relación o bien de adquisición o bien en el desarrollo de su autonomía. A veces ya tenemos que hablar de problemas tanto sea un miedo, alguna fobia, problemas de conducta…
En todos esos casos los adultos tenemos la obligación de ayudarlos ya que ellos no tienen aún herramientas para hacer una gestión adecuada de la situación. Porque no nos olvidemos que los niños no son adultos en pequeñito, versiones miniaturizadas de adultos con capacidad de análisis, gestión, planificación y ejecución.
Este es un dato que nos lo aporta la neurociencia. En los años que van desde el nacimiento hasta la edad adulta el cerebro sigue un constante proceso de desarrollo y no todas las partes del cerebro se desarrollan a la vez ni en la misma etapa evolutiva. Lo que un niño de 6 años no puede hacer lo podrá hacer a los 12.
Hay una cosa que nos olvidamos muchas veces y es que, aunque el niño sea capaz de razonar, eso no quiere decir que sea capaz de cambiar esa conducta, de parar una pataleta o de dejar de tener miedo. Los niños razonan porque es una de las cosas que nos diferencian del resto de los animales, un rasgo que nos hace únicos.
Un ejemplo de esto es el típico experimento en donde se le dice al niño que si es capaz de esperar a que vuelva el experimentador en vez de una chuche se le darán dos. Y ahí se queda sentado delante de la chuche, ha entendido perfectamente lo que se le ha dicho y sabe que si espera el premio será doble. Pues bien, esta es una prueba que casi ningún niño es capaz de pasar. Se esfuerzan muchísimo pero aún así la mayoría no lo consigue aunque lo entendieron muy bien. Tal vez es que para un niño después es mucho tiempo.
Por todo lo dicho, la colaboración de los padres es fundamental en terapia, pasando su implicación a ser de mayor a menor grado a medida que el niño va teniendo más edad hasta llegar a la adolescencia.
Cuando los niños son pequeños, lo ideal es trabajar solo con los padres sin que el niño tenga que acudir a sesión. En estos casos se analiza la situación con los padres y se especifican las pautas o estrategias a los padres que actuarán como coterapeutas para ir guiándolo e introduciendo un cambio en la situación con sesiones mensuales para ir valorando cómo va evolucionando hasta conseguir la resolución del problema/dificultad.
Muchas veces también pasa que lo que necesitan los padres es una sesión puntual porque tienen alguna duda de manejo. En esos casos con una sesión es suficiente.
Cuando los niños son ya mayores se les puede introducir en la sesión de manera activa. Depende mucho de la madurez del niño, estaríamos hablando de un rango de edad de los 10 a los 12 años aproximadamente. En estos casos tanto el niño como los padres tienen un papel importante y ya se pueden dar las instrucciones de manera conjunta. Siendo al principio más activos los padres y gradualmente el niño irá asumiendo la responsabilidad de ejecutar las pautas acordadas.
Me gustaría acabar con un pequeño fragmento del libro Mi voz irá contigo los cuentos didácticos de Milton H. Ericskson. Es imposible leerlo y no sonreir.
La semana pasada recibí una carta de mi nuera, en la que me contaba que su hija había cumplido 6 años. Al día siguiente, la niña hizo algo por lo cual la madre tuvo que reprenderla, y ella le contestó: «Es terriblemente difícil tener 6 años. Y solo tengo un día de experiencia»
Todo lo que ahora nos parece fácil, fue difícil en su día.